jueves, 14 de abril de 2016

Dame el teléfono, dame el teléfono

Distraído en una calle desierta paré en el semáforo.

No estoy seguro si llegaron a mi o yo me estacioné justo a su lado. Pero algo era cierto: Tenía a tres tipos casi dentro del carro pidiéndome insistentemente el teléfono celular.

En ese momento de -estrés- me di cuenta que su estrategia era mover las manos por todos lados pero sin tocarme, hablar todos a la vez con el mismo lema "dame el teléfono, dame el teléfono" y uno de ellos sacudiendo lo que me pareció un chuchillo. Ceño fruncido y, evidentemente pronunciado todo el florido lenguaje que las calles Guatemaltecas regalan a sus hijos perdidos.

La verdad me pareció una mala actuación y su intimidación no me parecía muy convincente. Eso si, mientras reflexionaba acerca de sus técnicas de persuasión los vi cada vez más dentro del vehículo y me recordé que en el asiento contiguo estaba mi computador personal con muchos libros, escritos, y otros documentos que, si me los llegaban a quitar, estaría perdido.

Fue ahí donde presuroso busqué el teléfono y se los dí.

En cuestión de segundos los tipos habían desaparecido y yo me encontré nuevamente solo en aquella calle con el semáforo aún en rojo.

Solté una sonrisa, me acomodé y esperé a que el semáforo diera verde para continuar mi marcha.

Y es que no les guardo rencor. Porque ese día no perdí un viejo teléfono con la pantalla rota. Ese día gané una historia.

2 comentarios:

Unknown dijo...

A mí también me pasó lo mismo lic, pero gracias a Dios solo fue un susto. Por eso ahora cuando el semáforo está en rojo trato de bajar velocidad para estar lo menos posible parada mientras cambia.
Me alegro que esté bien, saluditos.

Walter Ordóñez dijo...

Buena crónica. Los mejor es que no te lastimaron ni les guardas rencor.