No pidió nada, pero
ella intuyendo, se le adelantó ordenando dos tazas de café y dos panecillos.
Mientras le miraba con firmeza, él no se atrevía a levantar la cabeza ¿Qué le
diría, qué haría al cruzar las miradas?
Ella tomó su taza y
revolvió el azúcar en el café. Él seguía en esa actitud de niño castigado. Terminó
de revolver el café, dio varios sorbos para comprobar que la temperatura fuera
la indicada y bebió con religiosidad.
Dejando la taza dijo
con voz calma: -No vamos a estar toda la tarde sin hablar, hay que decir algo.
Él levantó tímidamente la mirada y al fin pudo ver sus ojos. Eran hermosos.
Acercó la taza de café para no quedarse con las manos vacías y tembloroso quiso
endulzar la amargura.
- No sé por dónde
comenzar; Tanto que decir, tanto reproche, tanta falta. Tanto error.
Ella seguía bebiendo
su café mientras le miraba y él seguía balbuceando palabras sin sentido, sin
aterrizar en nada concreto.
Ella vio el reloj y para
agilizar las cosas le interrumpió colocando su mano sobre la de él.
- No hay más que
decir. Las cosas fueron como sucedieron y lo que sintamos ahora el uno por el
otro ya no puede ser cambiado.
El calló.
- No tienes que pedir
disculpas, lo que hiciste fue una decisión que tomaste en su momento y te
fuiste. Tenías que vivir, tenías que hacer tu vida y en ese momento yo te
estorbaba. Está bien, hiciste lo que creíste correcto.
- Yo para ese momento
no sabía lo que pasaba, es un vago recuerdo el verte por última vez borracho y
hablando de cómo yo no cabía en tus planes. Querías irte y yo no podía ir
contigo. No me querías a tu lado. Por eso le agradezco a padre que te haya
dicho que cuidaría de mí mientras tú hacías lo tuyo.
Recuerdo haberlo
escuchado hablando con madre y decirle “no va regresar, hay que hacernos cargo
de la niña”
- Sabes, madre y padre
me cuidaron, y bien. Jamás dijeron una palabra, ni siquiera te mencionaron. Te
soy sincera, yo tampoco te volví a mencionar, ellos ahora eran mis padres.
Ellos me querían y yo a ellos. Mis cumpleaños, mi graduación, la celebración de
mi primer ascenso. Allí estuvieron ellos.
- Te olvidé.
- Si bien es cierto,
al principio tuve miedo, después te odié, pero al cabo de los años aprendí a
perdonarte. Así que no tienes que seguir hablando. Todo quedó en el pasado.
El la veía con asombro
y sus ojos se llenaron de lágrimas. Abrió la boca para decir unas últimas
palabras, casi como un susurro. Pero ella viéndole y sonriendo le volvió a interrumpir.
- No, no digas nada,
ya lo sé. Ten, te traje este dinero, me imagino que te va a servir. Ni te
preocupes en decir nada, es un regalo,
no tienes que prometer que me lo devolverás.
-Solo te pido un
favor: No vuelvas a buscarme, tengo
muchas cosas que hacer y no puedo atenderte más, ahora, tú no cabes en
mis planes.
Pagó
la cuenta y salió de aquel lugar con paso firme, sin darle un beso, sin tocarlo
siquiera. De camino a su oficina soltó una lágrima pero inmediatamente sonrió
sintiendo la paz que no había logrado tener en casi treinta años.