Como tantas noches, trato de descansar y dejar que mis ojos
se apaguen de a poco, pero, intempestivamente, te vienes a mi mente, y tu recuerdo se columpia
en mi cerebro, rescatando momentos que hacen que suspire por ti.
Y entonces, despacito, se me viene tu sonrisa, tus gestos,
nuestras eternas conversaciones, tus caricias, tus besos, tu forma de hacer el
amor. El sueño se enfada conmigo y se aleja abandonándome, mientras mi mente se inunda por completo de ti.
Sé que ya no debo pensarte, sé que ya no debo amarte. Sé que
eres pasado, y sé que fui yo quien te dejó ir. Pero ahora estás en mi mente, y tu recuerdo se vuelve a burlar de
mí. Tengo que aguantarte una noche más.
Me enojo y me reprocho, pero me defiendo echándote la culpa
de todo, trato de buscar un sabor amargo en mi boca, pero no puedo encontrarlo, tus
momentos me ahogan en el deseo de verte, de abrazarte, de decirte
cuánto te amo. Si, en este momento no me pertenezco, en este momento me vuelves
a poseer.
Me revuelvo en la cama buscando olvidarte, pero el silencio
me grita con fuerza tu nombre, y tu promesa de amor retumba en mi interior. No
te culpo por continuar tu vida y olvidarte de mí, es lo que yo debiera haber hecho
hace mucho tiempo, pero esa manía que tengo de pensarte, me lleva a recitar tus palabras de amor, palabras que inmediatamente trato de extinguir con fuerza en la almohada.
Al final, el cansancio se apiada de mí, y el sueño regresa sigilosamente
a recoger los pedazos de recuerdos que se quedaron tirados en mi mente y en mi corazón.
Al día siguiente, la mañana llega para avisarme que debo vivir sin ti. Vivo
y me olvido, y me ocupo en otras cosas, pero al final, algo en mi interior, me prepara para seguir buscando olvidarte las próximas trescientas doce noches del año.