El loco un día decidió aprender el arte del vino, así que
acudió a un experto catador para que le enseñara.
El experto les hablo a los alumnos de las regiones
vinícolas, las mejores uvas, los nombres y cómo tomar vino. El experto dejó
tareas.
El loco realizó cada una de las tareas que el experto dejó, a
pesar que sus compañeros le animaban a no hacerlas –Él no te evaluará de eso,
ya lo verás- Pero, el loco insistió en
practicar el arte del vino. Al llegar con dudas y comentarios a la siguiente
clase, el experto no le escuchaba, y prefería conversar con los estudiantes
que, a su criterio, le eran más agraciados que aquel loco.
El experto evaluó a los alumnos, pero no de las prácticas encomendadas,
al contrario, se centró, únicamente, en requerir a los alumnos que repitieran
de memoria los nombres de las regiones que él había impartido en clases. Los
alumnos, sin que el experto lo notara, sacaron sus copias, y listaron lo que en
el cuestionario se les pedía. El loco, se sintió defraudado del experto, sin
embargo, no quiso sacar sus copias, y contestó el cuestionario, según lo que él
creía que había aprendido de sus prácticas.
Al finalizar el curso, el loco tuvo una menor nota que la
mayoría de sus compañeros, que con sonrisas, le recordaron sus consejos.
Unos años después, mientras el loco disfrutaba de un buen
vino tinto, recordó y agradeció las lecciones aprendidas en aquella oportunidad:
Ser experto no te hace maestro, y, el que desea dominar una disciplina, debe
estudiarla y practicar sin importarle una nota.