Corrían los años ochenta y el pequeño Arnulfo poco a poco iba dejando la niñez para entrar a la pubertad.
Para mi cumpleaños número once, mi papá decidió que ya era hora de hacerme un
regalo que no fuera un juguete, así que me hizo el primer regalo de adulto: Una
radio. Y yo, que nunca cuestionaba las decisiones de mis padres, lo acepté
agradecido.
Mi madre, en su inocencia y procurando asegurar la vida
eterna para su hijo, tomó la pequeña radio y la ubicó en la emisora cristiana
de la época. “esta será la música que escuchará de ahora en adelante” me dijo, y
yo, también lo acepté.
Poco a poco me fui acostumbrando a las melodías espirituales
memorables, a los cumpleañeros del día de hoy y a Luis Palau responde. Todos
aquellos programas me formaban y me llevaban por el camino que mis padres
consideraban correcto.
Pero como todo niño de once años, pronto me aburrí y una
noche, quité el adhesivo del dial y decidí buscar qué más había en ese radio.
Pasé por varias emisoras hasta que caí en una radio con un
locutor joven, lo que rápidamente me llamó mi atención.
El locutor anunciaba con entusiasmo a un nuevo grupo llamado
Iron Maiden, y que estrenaría la canción “el número de la bestia” escuché los
primeros acordes y con el escaso inglés que estaba aprendiendo en la escuela,
logre identificar algunas palabras, lo que provocó que entrara en pánico.
Regresé a la radio cristiana, volví a colocar el adhesivo y
me arrodillé a pedirle perdón a dios por aquello que había hecho.
A la mañana siguiente le conté a mi mamá y me dio la reprimenda
de mi vida “si no te portas bien, te echarás pronto a perder y arderás en el
infierno” me dijo.
Sin embargo, no sé porque, pero a la siguiente noche, volví
a buscar la radio que a mi madre tanto había alterado ¿qué música es esta que a
mi madre tanto asusta, qué dice acerca del diablo y de dios que yo no debiera
saber?
Así que mientras escuchaba la radio, y los ritmos se metían
en mi cabeza, el locutor anunció otro nuevo lanzamiento y me quedé atento, no,
no iba a tener miedo, escucharía qué tenían que decirme.
De pronto, el silencio fue destruido por completo por una
guitarra y un grito que estallaron en mi cerebro y que jamás podré olvidar…
Desde ese momento ya no hubo marcha atrás, decidí que esa
sería la música que escucharía por siempre y así lo fue hasta el día de hoy.
No, ya no regresé a ser el mismo, la música cambio mi ser, mi forma de pensar,
la música formó a la persona que soy hoy en día.
Y es que aquel encuentro con el Heavy metal mató al inocente
niño de aquel entonces y dejó a lo que hoy, 39 años después, algunos llaman, un
viejo rockero.