jueves, 17 de julio de 2008

Soñé volar


Me castigué a mi mismo y me senté un rato sin saber que hacer. Recogí mis piernas y luego las bajé. Crucé los brazos. Luego empecé a ver si mis uñas estaban simétricas y encontré algunos pellejitos alrededor de algunos de mis dedos. Escuché una parte de la canción “Fe para desterrar mi desilusión“ y en ese momento quise salir corriendo y avanzar para no regresar. Soñé volar por el cálido viento nocturno oliendo las plantaciones de melón, y descender en ese lugar que prometieron que era para mí. Pero abruptamente descendí en mi sillón viendo a todos lados. Seguía castigado. Perno no me entristecí. Porque llegará un día que vuele para no volver, y el aroma y el viento se alejarán suavemente hasta que todo se quede oscuro y el silencio me haga descansar, en ese momento seré libre y mi alma podrá pasear con el resto de almas libres. Al final de cuentas no fui yo el castigado. Porque sonreí.

pensé en alguien condenado a morir injustamente, este se atormenta pensando en el hecho de su muerte. Pero tras un momento ve lo positivo que eso le podría traer, la paz que vendrá cuando todo termine; y se siente feliz.
a veces los problemas nos agobian, pero si uno piensa en la calma que habrá cuando todo pase nos sentiremos mejor.

martes, 8 de julio de 2008

Entre la gente del barrio


Él se bajó de su auto atónito de verla. Había engordado, usaba zapatos abiertos, de esos de hule que se usaban anteriormente para salir de una piscina, pero al parecer ahora los usaba para hacer viajes cortos. Venía de la panadería, el pan venía en una bolsa plástica, no era muy higiénica, pero durante años se había vendido así y nadie del barrio reparaba en ello.

Él recordó la última vez que hicieron el amor, recordó cuando sus pechos pequeños y firmes circulaban rítmicamente ante su amor. Nunca pensó ver su abdomen inflamado por la mala nutrición. Se veía sana, pero muy maltratada, no porque su pareja actual la golpeara, sino que seguramente ella debía encargarse de los quehaceres del hogar, antes, ella era una amante elegante, ahora era un ama de casa abnegada que primordialmente tenía a su esposo e hijos antes de su propio cuerpo. Sus pechos habían caído, sus caderas ahora anchas indudablemente por haber dado a luz de forma natural. Evidentemente ya no había rastro de un gimnasio. Ella cruzó la mirada con él, pero no le reconoció, era obvio. Ella no le recordaba, ni aún sospechó por el hecho que un extraño frenara su lujoso automóvil y se bajara solo para verla. Ella sonrió. Él entendió que no lo recordaba, no recordaba su pasión. Mientras ese pequeño instante se sucintaba, un niño a su lado le tomó de la mano “mami quiero ir a casa” ella se sonrió con él más como un acto de cortesía que como si le hubiera reconocido. Y siguió su camino con su hijo de la mano. Todavía pudo ver como ella se agachaba a besar al niño. Él sonrió. Ella se perdía entre la gente del barrio mientras él titubeó en regresar por ella o dejarla ir. Mientras conducía hacia su edificio entendió que en ocasiones el perder la memoria no era tan malo como algunos pensaban, ella era feliz con su nueva vida ¿y él? Seguía siendo feliz; la lujuria es para pocos, la felicidad para los afortunados.