Dentro de la propiedad, inmersa entre maleza y árboles, se
encontraba una choza de más o menos tres metros cuadrados. Las paredes eran de
madera dispares que entre dejaban ver los muebles viejos y amontonados que se
encontraban en su interior. A la orilla de la cama estaba la estufa, y junto a
ella, un mueble a medio caer que albergaba los sartenes y la ropa.
Al cantar el gallo, Ester se levantó y preparó los pocos
frijoles que quedaban y tomó un poco de avena para mezclarla con agua y así,
improvisar una especie de atol con el que sus hijos llenaran sus estómagos, de
esta forma, se suponía que ellos debían pasar el día. Luego, ella viajaría a
hacer los servicios domésticos a las casas de la ciudad capital. Si tenía
suerte, le regalarían algunas sobras de ayer, y llevaría la cena por la noche.
Seguro sus hijos estarían felices.
Sintió un olor peculiar, el ambiente se sentía denso y
pesado. Había escuchado algo acerca de la fuga de gas, pero nadie le había
explicado cómo operar una estufa de gas cuando se la regalaron. Así que pensó
en encender la estufa, y luego, abriría las ventanas para ventilar el olor.
El estallido se escuchó entre las propiedades vecinas.
Esa noche, las noticias contaron la historia de una familia
muerta en las afueras de la ciudad, pero Leonor no puso atención, ella seguía molesta
y contando a Rolando como la señora de la limpieza no había llegado a trabajar.
Elevando la mirada al cielo reclamó “El problema es que la gente no piensa en
los demás”.
Esta historia está en hechos reales