El sol era intenso, pero el frío de las montañas refrescaba
su cuerpo, que a mediana velocidad, se movía por la ruta del altiplano del país.
A lo lejos, se podía ver esa pequeña motocicleta dejando una
estela de polvo. Esa imagen que los pobladores de las aldeas esperaban ver con
ansias.
De su pequeña mochila, sacaba los documentos, y explicaba lo
procedente. Las mujeres lloraban de alegría y los padres de familia sonreían
agradecidos.
Tomaba café y comía tortillas con frijoles, y luego, se
despedía para recorrer otros cientos de kilómetros para dar las buenas noticias
al poblado siguiente.
Cuarenta y cinco años después, las personas lo recuerdan con
cariño como “el mensajero de Huracán”.
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