martes, 28 de abril de 2015

Primero debe tener un rosal

Si una pareja quiere tener un hijo primero debe tener un rosal; Debe cuidarlo y podarlo. 

Al año de que éste ha venido dando rosas puede pensar en tener peces. 

Cuando los peces cumplan un año y el rosal tenga dos años de regalarles rosas, sabrán que es el momento de tener un canario. 

Al llegar al año de que el canario esté sano y cantando, la pecera tenga dos años con sus peces intactos y el rosal lleve tres años dando rosas entonces la pareja podrá adoptar un perro. 

Cuando se celebre el segundo aniversario del perro, el canario tenga tres años, la pecera cuatro y el rosal cinco, la pareja ha demostrado que pueden convivir juntos durante cinco años, han demostrado que pueden pasar los fines de semana juntos haciendo jardinería, tienen la minuciosidad de limpiar y decorar una pecera, tienen la capacidad de ser felices y cantar junto con el canario y la suficiente paciencia de cuidar a un cachorro. 

Será hasta ese momento en el que, si aún se siguen sintiendo vacíos pueden pensar en la gran responsabilidad de traer a otro ser humano al planeta.

lunes, 20 de abril de 2015

Diecinueve años

Sentía el frescor de la tarde en su rostro mientras viajaba en la parte trasera de una motocicleta que cruzaba como un rayo la ciudad. Su sudor poco a poco se iba secando mientras soñaba abrazando la espalda de su padre bailar eternamente dejando sus faldas volar. El sueño no se había cumplido pasados los años.

No tenía por qué quejarse, realmente no había un motivo más que ese tormento que consecutivamente venía a visitarle. Desde joven había soñado con su llegada y en su canto desesperado le llamó pero parecía no haberle escuchado. Se cansó de sufrir el desgaste de las brujas y dejó de buscar en su infortunio. 

Fue en satíricas circunstancias cuando a través de unos catalejos viejos encontró de pronto la fuente de su inspiración.

Se adelantó a su contrincante y burló a quien le reclamaba con tal de ver su libertad y cuando vio sus faldas volar suplicó por su compañía eterna. Se enamoraron.

Juntos recorrieron mil aventuras y un Gurgel fue mudo testigo de ello. Dejando todo atrás condujeron sus propios destinos sabiendo que nada ni nadie detendría su rítmico palpitar.

Soportaron juntos el tormento y libraron mil batallas, y con quinientas monedas entendieron que su casa tenía alma. El amor hijos les vio nacer y un día con picaresca sonrisa decidieron escapar hacia las soledades vivientes. 

Diecinieve años después el aún disfruta ver danzar a su gitana mientras ella con coqueta sonrisa esperará la ocurrencia que cierre la jornada.  

Solo el cielo es testigo de ello.

lunes, 13 de abril de 2015

Los odiantes

Al nacer creyeron que era injusto que alguien les golpeara en el trasero sólo para comprobar que estaban vivos. Entonces, odiaron al doctor. 

Luego, odiaron al suelo por atravesarse en el camino de ese estúpido biberón que cayó de sus bocas. 

Odiaron al biberón.

Odiaron a la maestra por dejarles tareas y odiaron a su madre por obligarlos a hacerlas. 

Odiaron a su padre y al trabajo por no estar con ellos y odiaron a los pájaros que por las mañanas cantaban a la orilla de su ventana. 

Odiaron a su pareja cuando los dejó y odiaron tener que buscar una nueva. Algunos odiaron nunca haberla encontrado. 

Odiaron buscar un empleo y al encontrarlo odiaron su trabajo y a su jefe. Odiaron levantarse de madrugada y odiaron el tránsito. 

Odiaron con fuerza a los taxistas y a los motoristas. Odiaron a los buses; odiaban los baches y a los peatones y de lejos, odiaron con envidia a un ciclista que feliz circulaba entre los árboles. 

Odiaron a los árboles por dar sombra al ciclista.

Odiaron la televisión y los programas que allí pasaban, pero no podían regresar a la radio porque ya la odiaban. 

Odiaron la publicidad y odiaron los periódicos. Mostraron su odio en el Internet y las redes sociales, y al pasar el tiempo odiaron la tecnología.

Odiaron su divorcio y odiaron ser despedidos. 

Odiaron ser mantenidos por sus hijos y odiaron las enfermedades. Odiaron a quienes los cuidaban y odiaron las medicinas.

Al final de sus días se odiaron a sí mismos y en agonía odiaron al Creador. 

Odiaron cuando su vida se apagaba y odiaban pensar que en el velorio nadie los odiaría.