Sentía el frescor de la tarde en su rostro mientras viajaba en la parte trasera de una motocicleta que cruzaba como un rayo la ciudad. Su sudor poco a poco se iba secando mientras soñaba abrazando la espalda de su padre bailar eternamente dejando sus faldas volar. El sueño no se había cumplido pasados los años.
No tenía por qué quejarse, realmente no había un motivo más que ese tormento que consecutivamente venía a visitarle. Desde joven había soñado con su llegada y en su canto desesperado le llamó pero parecía no haberle escuchado. Se cansó de sufrir el desgaste de las brujas y dejó de buscar en su infortunio.
Fue en satíricas circunstancias cuando a través de unos catalejos viejos encontró de pronto la fuente de su inspiración.
Se adelantó a su contrincante y burló a quien le reclamaba con tal de ver su libertad y cuando vio sus faldas volar suplicó por su compañía eterna. Se enamoraron.
Juntos recorrieron mil aventuras y un Gurgel fue mudo testigo de ello. Dejando todo atrás condujeron sus propios destinos sabiendo que nada ni nadie detendría su rítmico palpitar.
Soportaron juntos el tormento y libraron mil batallas, y con quinientas monedas entendieron que su casa tenía alma. El amor hijos les vio nacer y un día con picaresca sonrisa decidieron escapar hacia las soledades vivientes.
Diecinieve años después el aún disfruta ver danzar a su gitana mientras ella con coqueta sonrisa esperará la ocurrencia que cierre la jornada.
Solo el cielo es testigo de ello.
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