Paró en el semáforo y
vio aquella mujer con sus dos hijos: Ella, como de ocho años, sucia pero muy
bonita. Él, un niño como de cinco años, mal cuidado, pero con la felicidad que
caracteriza a todo niño que aún no se percata de lo duro que es la vida.
Fortuitamente llegó
nuevamente a aquel semáforo. Vio llorar a aquella niña, ahora un poco mayor, sentada
en la banqueta. Con una mano trataba de ocultar su sollozo rostro, y con la
otra, trataba de cubrir sus piernas con lo que quedaba de ese diminuto vestido
que traía puesto. A su lado, su madre le reclamaba por algo que no logró
escuchar. El niño ya no jugaba en la esquina. Estaba parado viendo la escena.
Pasaron muchos
inviernos hasta que volvió a parar en ese semáforo. Vio a la madre sentada en
la banqueta, parecía borracha o drogada. A su lado un adolescente la cuidaba
con desconsuelo. A la distancia estaba la chica con ese atuendo que invitaba a
comprarla. Mascaba un cicle y se mecía coqueta en el poste que sostenía el
semáforo.
Ayer pasó nuevamente
por aquel semáforo, pero ya nadie estaba en la esquina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario