En una calle húmeda
por la lluvia de ayer, intentaba dormir un vagabundo. Del otro lado de la calle
vivía Pedro y Juan, en unas cómodas viviendas.
Un lunes, Pedro vio al
vagabundo y se apiadó de él. Tomó pan, los frijoles que aún estaban calientes en la sartén, preparó
un plato, un vaso con agua y llamó al vagabundo para cenar. El vagabundo se
satisfizo de aquella cena. Pedro lo invitó para que el día viernes a las 21:00
horas llegara por otro plato de comida.
El día martes, Juan
vio al vagabundo y también se apiadó de él. Fue a la cocina y preparó un bistec
con papas, lo puso en un plato junto con un vaso con agua y llamó al vagabundo para cenar. “Puedes
comer todas las papas que quieras, pero no debes tocar el bistec” le dijo. El
vagabundo, a pesar que deseaba probar ese trozo de carne, accedió con
agradecimiento, comió las papas, tomó el agua y se fue. Juan también lo invitó para
que retornara el día viernes a las 21:00 horas por otro plato de comida.
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