El anciano subió a lo
más alto de la montaña y entre llantos y deseos recordó a su amada. Gritó y
soltó su pena al viento. Aún pudo escuchar cómo su eco se desvanecía en la distancia. Fue hasta ese día que encontró reposo.
Esa pena viajó en el aire y fue absorbida por una nube blanca, de esas esponjosas que
se dejan ver en los cielos de noviembre. La nube, al recibir tanto llanto y
dolor se entristeció y gris deambuló por los cielos hasta que un día de mayo no
pudo más. Lloró desconsolada hasta quedar seca y blanca de nuevo.
El llanto copioso de
la nube cayó sobre la ciudad y empapó todo a su alrededor, incluyendo aquel
tejado donde la joven lloraba por un amor perdido. Ella aún no puede
explicarlo, pero esa lluvia que limpio su llanto y le dio reposo, también le
hizo entender que hay personas que sufren aún más por amor.
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