Se conocieron por que se
encaprichó el destino, y pronto se entusiasmaron. A los pocos meses estaban inmersos
en un sórdido romance.
Ella juraba haber
encontrado al hombre de su vida, mientras él, de apacible carácter asentía con
la cabeza sintiéndose orgulloso de ser el objeto de amor de aquella adorable
dama.
Su ego se incrementó
cuando la chica de las hamburguesas le sonrió y su pareja en abrupta
interrupción puso en su lugar a la chica. “wow, ella de verdad me ama” pensó el
muchacho.
Cuándo su amor parecía
estar en su punto más álgido, él le propuso matrimonio y tirando la casa por la
ventana se casaron. Ella lucía hermosa y él gozaba con las señas que ella le
hizo toda la velada indicándole que se compusiera la corbata.
Fue un domingo por la
mañana cuando a su puerta tocaron los vecinos de al lado. Ellos explicaron con
pena que no querían problemas y que la intención de ella había sido únicamente
pedirle a él que le ayudara a bajar ese pesado cilindro de gas del coche.
Él sin saber a qué se referían sus vecinos, trató de explicar
que no había problema, que estaba dispuesto a ayudar, cuando de
pronto su esposa bajó las gradas y en voz alta insistió “te dije que no te quería
volver a ver perra” se abalanzó sobre la vecina y afortunadamente ambos hombres
pudieron sostenerla para que no la golpeara.
Ella gritaba e
insultaba a la vecina que, como pudo junto a su esposo salieron de aquel lugar.
Él trató de calmar a
su esposa y explicarle que aquella escena era una cuestión de amabilidad, pero
ella insistía en que la vecina quería tener una aventura con él. Y él, ese día
se preocupó.
No pasó mucho tiempo para
que ella empezara a aparecerse sorpresivamente en su trabajo, en la estación de
combustible, en el restaurante, a las afuera del bar donde se reunía con sus
amigos. Los reclamos en casa se volvieron interminables y la búsqueda de
cabellos o pinta labios se volvieron obsesivos. Él estaba desesperado.
Ella insistía que lo
amaba pero que no lo dejaría tranquilo hasta encontrar a aquella amante con la
que él la engañaba. Aquella amante que ambos sabían perfectamente, no existía.
Después de un mal día
en el trabajo él llegó a casa y mientras veía el televisor y ella le reclamaba
por una mancha en su camisa, él pensó.
Con una gran sonrisa en
el rostro él le dio un beso en la frente a ella y salió de casa. Pasaron muchos meses de la misma forma. Ella no sabía en qué pensar.
Hoy sus días son estables: Ella sigue tratando de encontrar la prueba fehaciente de la infidelidad
de su marido, y él, se divierte escondiéndose por que, gracias a su amada
esposa, ahora tiene una amante en la vida real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario