Le conoció de niña como su maestro en la escuelita del barrio.
Años después sus vidas se cruzaron y aunque su corazón aún latía por los brazos ausentes caminó a
su lado.
Con el tiempo aprendería a amarlo.
El camino fue largo y gran parte de él en subida. Ella soportó.
Con ocurrencias, caprichos, llantos y alegrías las cenizas del tiempo cubrieron sus cabezas.
Seguían juntos.
Fue una mañana cuando el ángel de la muerte tocó la puerta y sin decir una palabra se lo llevó.
Ella lloró.
Hoy recuerda con nostalgia y alegría a su guía, a su amor, a su maestro.
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