En medio de esa oscura tormenta se encontraba ese pescador
viejo y cansado, sosteniendo con fuerza sus dos barcazas que con tanto esfuerzo
había logrado obtener. El muelle estaba a punto de ceder y las sogas le
quemaban las manos. El viento soplaba con fuerza y adentraba las barcazas al
mar, pero él, con todas sus fuerzas las sostenía. No quería dejarlas ir, eran
sus tesoros.
Cuando la tormenta se hizo feroz, los demás pescadores desde
la orilla le gritaron que dejara ir una de las barcazas y rescatara solo una,
pero él seguía luchando con el mar, él no quería perder sus posiciones, aunque
sabía muy bien que debía soltar una.
No soltó ni una barcaza.
El mar se hizo más violento y en grotesca marea arrastró con
fuerza las barcazas hacia adentro del mar arrancando ambos brazos de aquel
viejo.
Los pescadores le vieron de lejos gritar y retorcerse en el
muelle mientras también éste era destruido por la tormenta.
Hoy, dos años después, los pescadores trabajan en paz en unas
rudimentarias barcazas y recuerdan a los más jóvenes la importancia de ser
sensatos en las decisiones que tomen en el futuro.
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