El escritor leyó las líneas que le agradecían. Leyó una, dos y tres veces.
Volvió a leer.
Entonces, ese sentimiento nostálgico llegó a visitarlo, y mientras miraba por la ventana pensó y meditó cada una de ellas e intentó visualizar a esa blanca alma escribiéndolas.
Se sintió honrado e indigno de aquel hermoso texto que habían llegado en el momento justo para calmar su pena.
En su mente agradeció y lo plasmó en su redacción como un pequeñísimo homenaje a esa persona que a la distancia, y sin saberlo, también le ayudó en un momento trascendental.
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