Encendió una vela de la forma más discreta posible.
Se sentó a la mesa y comió solo para mantenerse vivo, porque tenía que hacerlo.
Con lentitud salió de la casa y se sentó en las gradas a observar la noche que ese día estaba más oscura que nunca. Los insectos, insistentes, a lo lejos le cantaban la melodía que él ya conocía.
Y mientras levantaba sus ojos a la brisa nocturna, volvió a pensar en el hijo que nunca tuvo, el que posiblemente, lo hubiera mantenido al lado de ella.
Esa noche, en medio de la oscuridad, alguien lloró.
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