Vio sus rodillas y decidió que jamás se apoyaría de nuevo en ellas para sufrir.
Levantó la cara y en medio de la lluvia respiró profundamente. Cada vez que
respiraba, entraban por sus pulmones nuevas auras de esperanza, y al exhalar, salían de su cuerpo los tormentos.
Luego, tomó una copa de vino y brindó por el pasado, sabiendo que debía disfrutar
el presente para encarar con optimismo el futuro.
Su alma escuchó la voz de quien le traía paz.
Fue feliz.
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