martes, 12 de diciembre de 2017

La sonrisa más hermosa que nadie vio jamás

Se llamó Guadalupe y cuando le conoció, su rostro mostró una sonrisa que nadie nunca había visto. Él fue su primer amor, y también su tormento. El día que los cuarenta grados de alcohol recorrieron su cuerpo, ella no le reconoció. Su golpe le hirió el rostro, pero ella no lloró por eso, sino porque le había lastimado el alma.

Decidieron separarse y ella se quedó con sus siete hijos que le dieron una razón para continuar. Tuvo que trabajar duro, cocinar interminables horas para gente extraña. Sus piernas sentían el dolor por pasar muchas horas junto al fuego, y luego, recorrer un sendero cuesta arriba en el frío nocturno para llevar la comida a sus hijos. El verlos comer curó su alma.

Volvió a mostrar su hermosa sonrisa cuando conoció a Esteban, ese inquieto hombre que soñaba con cosechar cardamomo en la montaña. Y en su ilusión, decidió acompañarle en su sueño. La cosecha se dio y el progreso los visitó. Los siete pudieron aprender a leer y escribir, algunos terminaron la primaria. Compraron un pickup y Guadalupe ya no volvería a hacer comida para extraños.

Un día, Guadalupe ya no pudo respirar, se apresuraron a llevarla al hospital, pero ya nada había por hacer, los años junto al fuego habían destrozado sus pulmones. Entre la mascarilla del respirador artificial agradeció a Esteban sus cuidados y amor, se despidió de cada hijo y volvió a mostrar esa sonrisa que siempre la caracterizó. Luego, cerró los ojos y de a pocos, su vida se extinguió.

Hoy, uno de su hijo me ha contado la historia, y yo, sin poder decir una palabra, imaginé a una mujer de sesenta años, dejar este mundo con la sonrisa más hermosa que nadie vio jamás.

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