martes, 16 de mayo de 2017

La cita

En un momento de soledad, posiblemente de curiosidad o morbo, el impulso le ganó a la razón y decidió escribirle. Dejó un mensaje y luego se arrepintió.

Pero para su sorpresa, recibió una respuesta.

Del otro lado de la tecnología, las sudorosas manos respondían el mensaje, quizá con el mismo morbo y curiosidad, sin embargo, trató de parecer lo más casual posible.

Y es que en el templo de lo incierto, absolutamente nadie está exento de caer en la fascinación.

Siguieron charlando tímida y esporádicamente, preguntando tonteras, dejando pasar horas en responderse, pero, en definitiva, ninguno dejaba morir la conexión.

Con el corazón acelerado concertaron una cita. Por fin se verían después de tanto tiempo, después de todo lo que habían vivido.

Pueda ser que el invierno les recordaba aquella noche de pasión que los hizo fundirse en amor, o simplemente, tenían esa necesidad de terminar de decirse lo que un día abruptamente se callaron.

Establecieron el día y la hora exacta para su encuentro, pero en un instante, la comunicación cesó. De pronto, ambos estaban convencidos que el otro era quien debía hablar primero para acordar la cita. Así que enmudecieron.

Fue su orgullo, mezclado con egocentrismo, rencor pasado y una gran dosis de inmadurez la que les hizo desistir precipitadamente de su encuentro.

Ahora, ambos se sienten lastimados, y creen haber tenido la razón. Se han exculpado y han dejado de buscarse. Se sienten bien, han ganado, la culpa fue del otro. Pero dentro de ellos, en lo más profundo de su interior, lamentaron el desencuentro. 

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