miércoles, 4 de julio de 2018

Janis

Lázaro se comprometió en llegar a la casa de su madre viuda todos los sábados. Cenaba con ella, escuchaba sus historias, dormía en el cuarto de huéspedes y al día siguiente, cercano al medio día del domingo, él regresaba a su casa para compartir con su familia.

Sin embargo, un inconveniente de trabajo, obligó a Lázaro a romper su rutina sabatina. Preocupado, encomendó a Janis, su hija de quince años, para que lo supliera en la visita de su madre; y para que no se fuera sola, le dijo que podía llevar a su hermano menor con ella. Les dio dinero para la abuela y se fue a trabajar.

Llegada la hora indicada, Janis preparó sus cosas, tomó a su hermano y emprendieron el viaje. Recorrieron muchos kilómetros y tuvieron que abordar dos buses, pero al final de cuentas, llegaron a la casa de la abuela, cuando el sol ya se había ocultado entre los techos de aquel viejo barrio.

Tocaron la puerta ilusionados por pasar una noche con su abuela, visualizando cómo podían ser aquellas historias que ella le contaba a su padre.

Lentamente se abrió una pequeña ventanita de aquella puerta de madera y la abuela asomó su rostro para ver quien era. Janis le contó cómo su padre no había podido llegar y el porqué ellos serían los representantes en aquella velada.

Sin embargo, la abuela molesta y con tono cortante, les dijo que espera a su padre y no a ellos. Y en abrupto movimiento, cerró la ventanita. Los niños lograron escuchar cómo la abuela aseguró la puerta y apagó las luces. Janis sabía perfectamente que esa puerta jamás se abriría para ellos.

El niño preguntó el porqué su abuela no los había dejado entrar a casa, pero Janis le dijo que probablemente, la abuela tenía cosas muy importas para hacer, así que le dijo que debían regresar a casa antes que la amigable noche se convirtiera en tenebrosa.

Tomaron el primer bus y los dejó en el área comercial de aquella ciudad, así que con el dinero que su padre les dio, Janis decidió invitar a su hermano a comer pizza con gaseosa y olvidarse de lo sucedido. 

Entonces, en el bullicio de la ciudad, en aquella zona comercial, a lo lejos, se podía ver a ese par de hermanos, comiendo y riendo, inventando historias infantiles, mientras el reloj llegaba al umbral de las nueve de la noche, de aquel sábado peculiar. 

Y Hoy, 36 años después, un hombre me contó una historia de cuando él tenía diez años, una historia de aventura, una historia de una abuela malvada, una hermana extraordinaria y un recuerdo inolvidable. 


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