Amaneció y no le importó la extensa jornada de trabajo que ya había
calado en su cuerpo, tampoco le importó los pendientes que había que entregar
el lunes siguiente, no le importó nada, porque ese día, era su día.
Nunca le había latido el corazón tan fuerte como en
ese momento, sabía que era algo que debía hacer, el sudor en sus manos se lo
confirmaba mientras se acercaba a enfrentar sus miedos.
Despacio, se colocó el sistema de seguridad, y con
detenimiento, repasó en su mente los puntos de sujeción. Veía a todos lados, y siguió
los pasos en su mente. Estaba preparada para volar.
Respiró profundo a la orilla del precipicio, sabiendo que en
unos segundos, su vida pendería de ese cable que se sujetaba a su
cintura. Era el momento de saltar, era el momento de sentir lo que sienten las
aves al volar.
Esperó el momento oportuno, y sin cerrar los ojos, se lanzó al
vacío. Sintió sus pies liberarse en la nada, y el viento se llevó con él todos
sus miedos. Esos segundos de caída libre los sintió eternos. Era ella ante el
mundo. Sonrió.
Amaneció y no le importó el dolor de cuerpo que le había
quedado de su salto del puente. Salió de la cama con entusiasmo y llegó al
trabajo cantando y saludando a todos con el mejor de los ánimos. Porque ahora,
la vida tenía sentido, ahora, amaba a la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario