Se creyó que eran los jinetes del Apocalipsis, pero no era posible, tanta maldad jamás se había visto en el mundo.
Y fue ahí, justo en ese momento, cuando nací bañado en sangre escurriéndose por mi rostro. La profecía se había cumplido.
Me volví fuerte y levantando mi espada mostré la verdad, pero los hijos del poder enfurecieron y me condenaron a muerte.
Grité y luché con mis fuertes palabras, les señalé con el dedo y me burlé de ellos. Hice que se defecaran encima, y que temieran con solo escucharme.
Un brujo y su mujer, vestidos de blanco, trataron de condenarme, y luego crearon a una copia barata de mí. Trataron de engañar a los que me seguían, pero no pudieron, porque estaban conmigo, eran míos.
Me oculté por un tiempo sólo para jugar con ellos, y me burlé en secreto cuando escuché sus alabanzas pensando que me habían vencido. Pero con fuerza y brutalidad regresé destapando sus mentiras. Con golpes y truenos, estallidos y descargas destrocé sus credos.
Les escupí el rostro y me senté en mi trono. Les mostré la brujería y al asesino, los masacré con violencia y quemé sus iglesias. Crují los dientes mientras las llamas del infierno llegaron a lo más alto y luego les vomité.
Lancé a mis huestes y a mis hijos; Uno naciente del anterior. Ni mis mercenarios pudieron contar cuántos éramos, porque nos volvimos muchos, nos volvimos una legión, saluden a la legión.
Los hice pedazos y refugiados en sus mentiras claman a la nada esperando vencerme, pero nunca han podido, llevo cuarenta y siete años de lucha, y me quedan seiscientos diez y nueve.
Porque soy el trueno, soy la campana, soy el infierno. Soy de fuego, soy de metal, soy el que vino para destruir y matarlos a todos.
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