Su primera reacción fue cruzarse la calle, ignorarla, así como lo había practicado tanas veces en su mente.
Pero su corazón lo traicionó.
Siguió caminando de frente hasta toparse con ella. Balbuceó algo, pero ella habló primero, con esa naturalidad que siempre la había caracterizado.
Lo invitó a olvidar el pasado y charlar unos minutos, y el, con una sonrisa nerviosa, accedió.
Se tomaron un café y platicaron de mil cosas sin sentido. Ella sonreía mientras jugaba con el azúcar, y él, inevitablemente, se perdía en su mirada.
Se despidieron y quedaron en volverse a ver un día de tantos, pero eso nunca sucedería, jamás volverían a encontrarse.
Y aunque la vida les regaló once mil atardeceres, él, jamás olvidaría ese en particular, ese donde por un instante, balbuceó “te amo”.
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