Una tras otra, se quedaban atrás las hojas de los libros que aquel solitario hombre leía en un rincón de ese estrecho ascensor.
Siempre estaba ahí, en su banquillo, fiel a sus libros. Con una sonrisa en el rostro o la mano sobre su mejilla, dependiendo cómo las letras de aquellos libros, lo envolvían en sus páginas.
Al entrar al elevador, tu obligación era hacer sólo una pregunta “Y ahora ¿Qué libro está leyendo?” y es que la verdad, daba gusto escuchar la sinopsis que aquel hombre daba de sus libros. Definitivamente, era un fanático a la lectura.
Hoy entré al ascensor y no estaba. Algunos dicen que murió, otros que simplemente desapareció. Pero yo estoy seguro que su deseo se hizo realidad, y un día, sin decirle a nadie, se fue navegando en las líneas de sus textos, hasta llegar al mundo de la literatura, donde gustoso, lo recorrerá por toda la eternidad.
Con respeto y admiración don Edwin.
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