Decidí recorrer en bicicleta las calles de mi pueblo para purificar
la mente y liberar el alma.
Y llegando a un punto determinado, me encontré con ese joven
de condición bastante humilde, que orgulloso estacionaba su motocicleta nueva.
La escena me pareció particular, así que decidí acercarme a
él y felicitarlo por su adquisición.
Él inmediatamente me regaló una sonrisa y me platicó un poco
de la motocicleta en cuestión.
Sin embargo, de pronto su rostro cambió, cómo que meditó
durante unos segundos y acercándose a mí me dijo: “mano, yo anduve mucho tiempo
en bicicleta como usted, pero si quiere un buen consejo, vaya a donde yo
trabajo y pida empleo ahí. Míreme, yo ya compré mi moto, y si usted se pone
buzo, de plano terminará con una moto como la mía”
Sonreí y le agradecí el consejo, nos despedimos y continué mi camino.
Envidié la empatía que me mostró aquel
muchacho, no fue egoísta y por un simple cumplido, me regaló su secreto para tener
una vida un poco más digna.
No puedo evitar pensar en todas aquellas personas que
presumen con sus cosas y si alguien le pregunta el secreto de su supuesto éxito,
inmediatamente cambian de tema para no hablar de ello. Ratifiqué que el amor al
prójimo no se compra con cosas sino con sencillez de corazón y una gran dosis
de abnegación.
Ahora, escribiendo estas líneas bajo el cobijo de la lluvia, deseo, de todo corazón, que le vaya muy bien en la vida a que aquel muchacho que un día, purificó mi mente y liberó mi alma.
Ahora, escribiendo estas líneas bajo el cobijo de la lluvia, deseo, de todo corazón, que le vaya muy bien en la vida a que aquel muchacho que un día, purificó mi mente y liberó mi alma.
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