Entré de nuevo a esa red social. Si, esa que tanto daño me hace, esa que no me sirve para nada, esa red frívola, sin vida, ofuscante y falsa.
Estaba viendo un video de amigos borrachos, cuando de pronto, ahí estaba: una hermosa moto que a mí me gustaría montar; Cromada, alucinante, deseable. El precio era atractivo aunque muy alto, pero, el engaño decía que si les vendía mi alma, podría obtenerla en módicas cuotas.
Mi entusiasmo se aceleró, pero un par de análisis políticos más abajo, estaba un hermoso auto compacto al mismo precio.
Mi deseo se confundió, pero el acoso llegó a salvarme, diciéndome que por un par de años más de esfuerzo, podría tener ese auto de aspecto elegante que me haría ver como todo un campeón. Efectivamente, si me endeudaba con ellos durante unos años, las personas me admirarían durante un par de días.
Ya estaba ilusionado con el auto nuevo, cuando pasando por alto a unos expertos en filosofía y literatura, se me atravesó la tienda de ropa que me decía que con el auto nuevo, debía vestirme para la ocasión: Un hermoso atuendo elegante que delinearía mi pálida y regordeta piel.
De esos atuendos que usa la gente guapa que come sushi con licores exóticos en la azotea de un edificio de moda y se toma fotos en el “Gym”.
Empecé a hacer mi pedido, cuando tres fotos de tetas más abajo encontré el reloj perfecto que cerraría el conjunto: Por mucho menos de una fracción del auto, podría tener un hermoso reloj con mucho brillo y cuero. ¡Vaya! ese era el reloj que debía comprar.
En mi mente giraban todos aquellos accesorios con los que me podría tomar mil fotos para subirlas a esa estúpida red, cuando de pronto, unas fotos de cafés descafeinados más abajo, se cruzaron unos hermosos zapatos de moda, la invitación a un restaurante hipster y la ida a una playa de ensueño, todo por poco menos de siete años de mi salario.
Mi corazón latió muy fuerte y en un ciego frenesí consumista ¡lo hice todo! Todo lo que vi me lo compré.
Y les juro que por un par de días, sentí que era feliz.
Pero, al final de cuentas, terminé yendo a ver la película que todos vieron, comí la porquería que todos comieron, bebí lo que las fotos decían que había que beber, viajé en el mismo auto que todos, me vestí igual todos, y subí las mismas fotos enseñando mi cuerpo. Si, hice todas las estupideces que todo mundo hace; todo para parecer original en esa absurda red. Efectivamente, endeudé hasta el culo por un par de “likes”.
Ahora, preso en esta oscura y gris oficina, veo mi desgracia pasar a través de la pantalla de ese nuevo teléfono que compré ayer, y recuerdo esos pocos días de ensueño, haciendo horas extras, trabajando hasta los fines de semana, esperando que se me pase la vida para pagar mis deudas.
Eso sí, mañana, cuando pague la tercera cuota del auto, preguntaré por el nuevo modelo, ese que tiene un botón más. Y es que valdrá la pena trabajar horas extras durante toda mi vida, si puedo conseguir tres corazones extras en esta absorbente red social, que tanto daño me hace.
1 comentario:
Que verdad hay en esas palabras.
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